LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
EL PAPA FRANCISCO.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En unión con toda la Iglesia celebramos la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a la gloria del cielo. La Asunción de María nos muestra nuestro destino como hijos adoptivos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo. Como María, nuestra Madre, estamos llamados a participar plenamente en la victoria del Señor sobre el pecado y sobre la muerte y a reinar con él en su Reino eterno.
La “gran señal” que nos presenta la primera lectura –una mujer vestida de sol coronada de estrellas (cf. Ap 12,1)– nos invita a contemplar a María, entronizada en la gloria junto a su divino Hijo. Nos invita a tomar conciencia del futuro que también hoy el Señor resucitado nos ofrece.Con esta celebración, nos unimos a toda la Iglesia extendida por el mundo que ve en María la Madre de nuestra esperanza. Su cántico de alabanza nos recuerda que Dios no se olvida nunca de sus promesas de misericordia (cf. Lc 1,54-55). María es la llena de gracia porque «ha creído» que lo que le ha dicho el Señor se cumpliría (Lc 1,45). En ella, todas las promesas divinas se han revelado verdaderas. Entronizada en la gloria, nos muestra que nuestra esperanza es real; y también hoy esa esperanza, «como ancla del alma, segura y firme» (Hb 6,19), nos aferra allí donde Cristo está sentado en su gloria.
Con esta celebración, nos unimos a toda la Iglesia extendida por el mundo que ve en María la Madre de nuestra esperanza. Su cántico de alabanza nos recuerda que Dios no se olvida nunca de sus promesas de misericordia (cf. Lc 1,54-55). María es la llena de gracia porque «ha creído» que lo que le ha dicho el Señor se cumpliría (Lc 1,45). En ella, todas las promesas divinas se han revelado verdaderas. Entronizada en la gloria, nos muestra que nuestra esperanza es real; y también hoy esa esperanza, «como ancla del alma, segura y firme» (Hb 6,19), nos aferra allí donde Cristo está sentado en su gloria.
Esta esperanza, queridos hermanos y hermanas, la esperanza que nos ofrece el Evangelio, es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece extenderse como un cáncer en una sociedad exteriormente rica, pero que a menudo experimenta amargura interior y vacío. Esta desesperación ha dejado secuelas en muchos de nuestros jóvenes. Que los jóvenes que nos acompañan estos días con su alegría y su confianza no se dejen nunca robar la esperanza.
Dirijámonos a María, Madre de Dios, e imploremos la gracia de gozar de la libertad de los hijos de Dios, de usar esta libertad con sabiduría para servir a nuestros hermanos y de vivir y actuar de modo que seamos signo de esperanza, esa esperanza que encontrará su cumplimiento en el Reino eterno, allí donde reinar es servir. Amén. (Parte de la homilía del PAPA FRANCISCO en la misa de la Asunción de la Virgen en Corea 15 de Agosto 2014)
María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Los católicos celebramos con júbilo esta fiesta de la glorificación de nuestra Madre.
Jesús nos dio a María por Madre en el Calvario cuando le dijo a Juan, “he aquí a tu Madre”. Y nosotros la recibimos, como la recibió Juan, en aquel momento de dolor. La Virgen nos recibió en el dolor cuando se cumplió la profecía de Simeón: “Y una espada traspasará tu alma”. Todos los hombres somos sus hijos: María es la Madre de la humanidad entera. Y ahora la humanidad entera celebra la Asunción.
Por la razón no podemos comprender como María fue elevada a una dignidad tan grande: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Pero por la fe creemos en este misterio de Amor.
Jesús nos dio a María por Madre en el Calvario cuando le dijo a Juan, “he aquí a tu Madre”. Y nosotros la recibimos, como la recibió Juan, en aquel momento de dolor. La Virgen nos recibió en el dolor cuando se cumplió la profecía de Simeón: “Y una espada traspasará tu alma”. Todos los hombres somos sus hijos: María es la Madre de la humanidad entera. Y ahora la humanidad entera celebra la Asunción.
Por la razón no podemos comprender como María fue elevada a una dignidad tan grande: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Pero por la fe creemos en este misterio de Amor.
Oremos!
¡Oh Madre de misericordia!, a cógeme bajo tu manto, y ya que eres tan poderosa para con Dios, librame de todas las tentaciones o alcánzame fuerzas para vencerlas hasta la muerte.
¡Oh Madre mía!, por el amor que tienes a Dios, te ruego que siempre me ayudes, pero muchos más en el último momento de mi vida. No me desampares hasta que me veas salvo en el Cielo, bendiciéndote y cantando tus misericordias por toda la eternidad. Así lo espero.
Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario